A kind parishioner gave me a large print to hang in my office, as a Christmas present. A Realist rendition of the Archangel Gabriel’s visit, with our Lady looking appropriately Semitic. Years ago I laid eyes on the original, in the Philadelphia Museum of Art.
Quite a coincidence to receive this gift today, since I was just reading Bill Bryson about his visit to the museum, which he recounts in The Lost Continent:
My friend Hal pointed out to me, in the middle of Fairmount Park, the palatial Philadelphia Museum of Art, which had become the city’s top tourist attraction, not because of its collection of 500,000 paintings, but because its front steps were the ones Sylvester Stallone sprinted up in Rocky. People were actually coming to the museum in buses, looking at the steps and leaving without ever going inside to see the pictures.
…Ever read Ethan Frome by Edith Wharton? Talk about a magnificent Realist-school work of art. As exquisitely precise as Jane Austen’s finest, with the polar-opposite emotional effect.
…Between December 21 and 24, we read at Holy Mass from the near-beginning of the Gospel of Luke, the accounts of the Visitation and the birth of St. John the Baptist. These Mass readings include the great Gospel canticles, which the Church sings daily in the Divine Offices for morning and evening, the Magnificat and the Benedictus. Tomorrow morning, the Advent Mass readings conclude with Zechariah’s song. Here’s a homily on it, in Spanish. (You can read the English by clicking here.)
…Cada mañana, la Iglesia saluda a la madrugada con la oración. Una de las oraciones diarias de la mañana de la Iglesia es el cántico que Zacarías cantó cuando se enteró de que el Cristo había venido. Los monjes, monjas, sacerdotes y muchos laicos, también: todos cantan o recitan esta misma canción como parte de nuestras oraciones cada mañana.
“Bendito sea el Señor, que ha llegado a su pueblo y levantó un Salvador poderoso, cumpliendo sus promesas a los profetas.”
La canción de Zacarías expresa el contenido de la promesa de Dios con una manera particularmente elocuente. El Señor prometió que Su pueblo serían liberados de las manos de los enemigos, de modo que sea capaz de “culto sin temor, santo y justo a los ojos de Dios.” El Salvador recién-nacido hace que esto sea posible para nosotros: Adorar a Dios sin miedo, de pie delante de Él en la santidad.
Esta es la paz de la humanidad, este culto sin cargas. Los ángeles cantaron, y nosotros tambien cantamos : “Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad.” Esta es la salvación: adorar a nuestro Creador con un corazón en reposo, con la conciencia tranquila.
El antiguo Israel tenía muchos enemigos, pero el enemigo verdadero es el pecado, la falsedad –vacío interior que sólo conduce a la muerte. El pecado hace que sea imposible adorar a nuestro Creador y Señor sin temor. Porque la verdad es la verdad, y los ojos de Dios ven todo. Si no estamos en un estado de verdadera honestidad con nosotros mismos, nunca vamos a estar en un estado de paz real.
Cristo ha venido precisamente para liberarnos de las garras de este, nuestro mayor enemigo: nuestra falta de honradez con nosotros mismos. Nuestro orgullo grandioso tonto. Los sabios de entre nosotros siempre han declarado: “Tu primer deber es conocerte a ti mismo!” Y no hay objetivo que ha sido más imposible que logremos.
Cristo no vino a la tierra para decirnos que somos maravillosos, que somos hot-shots, que tenemos todo junto. Porque no somos, y no lo tenemos. Lo que vino Él a hacer es morir por nosotros, por amor a todos nosotros los pecadores incorregibles.
Así que podemos estar sin temor ante Dios Todopoderoso y admitir la verdad: que no somos perfectos. No somos divines. Somos Don Nadie. Estamos indefensos y perdidos sin la ayuda de Dios. Cristo nos ha liberado de nuestros pretextos ridículos por su hermosa demostración del hecho de que Él ama a todos los Don Nadies. Él ama a perdedores desventurados.
Es realmente sólo interesado en perdedores. Las personas hermosas, perfectas Él deja a su libre albedrío, para disfrutar de su supuesta genialidad en su propio ámbito de autonomía–que en realidad es un reino de espejos rotos y la decepción que nunca termina.
Pero, para nosotros los ineptos irresponsables, el amor de Jesús puede darnos la fuerza para conocernos a nosotros mismos en la verdad. Él derramó su sangre por nuestros pecados, para que todo lo que tenemos que hacer para ser libre de ellos es confesar– en el gran acto de honestidad cristiana que cumple con todas las antiguas profecías. ‘Señor, ten piedad de mí, pecador.’ ‘Hijo, tu fe te ha salvado! Tus pecados son perdonados. Sigue tu camino.’
Entonces podemos adorar a Dios sin miedo! Podemos conocer la paz emocionante de un día vivido completamente en la verdad. Y podemos ver con alegría como la aurora de lo alto amanece sobre nosotros en toda su gloria.
Bendito y alabado sea el Señor Jesucristo, ahora y siempre y siempre y siempre.